¡Hola a todos!
La mayoría de los lectores, al acabar mi novela, me comentan que se han encariñado con Kylian, el mejor amigo de Anaís. Por eso he decidido regalaros este relato que narra qué le sucedió a su familia. No contiene spoilers, así que todos podéis leerlo aunque no hayáis leído el libro todavía. Me encantaría conocer vuestras opiniones, así que no os olvidéis de comentar.
¡Gracias por leerme!
MARCADO CON SANGRE
Hacía
un calor insoportable dentro de ese armario. El pequeño llevaba
tanto allí escondido que había perdido la noción del tiempo. El
hambre y la sed hacía mucho que lo acompañaban, pero tenía tanto
miedo que había preferido ignorarlos a salir de su improvisado
refugio.
Aterrorizado
en la oscuridad de ese reducido espacio, las imágenes de la
desgracia que había sacudido su hogar se repetían, una y otra vez,
en su mente infantil.
Los
dravec habían irrumpido en su casa, armados hasta los dientes, y
habían asesinado a su familia con violencia devastadora.
Sus
recuerdos eran tan claros, tan nítidos, que se estremeció como si
volviera a tener ante sus ojos a esos bandidos. En otra circunstancia
hubiera admirado su belleza, la fortaleza de sus músculos o su
destreza con las armas; incluso sus alas negras, extendidas en una
arrogante demostración de poder, eran dignas de admiración. Sin
embargo, a Kylian no volverían a parecerle hermosos, y mucho menos,
admirables.
Los
había visto de buena mañana, a las afueras de su pueblo, en el río,
justo cuando él intentaba cazar truchas con las manos. Lamentaba no
poder volar como sus hermanos o sus padres. Ellos sobrevolaban el río
en busca de los mejores pescados y caían sobre ellos como aves
rapaces, mientras que él tenía que pasarse horas dentro del agua,
quieto como una estatua, esperando a que los peces se confiaran para
poder atraparlos.
Los
dravec habían aterrizado junto a él entre risas amistosas. Parecían
soldados y eso lo asustó al principio, pero enseguida demostraron
ser inofensivos. ¡Cuánto se había equivocado en su juicio!
–¿Qué
tal tu pesca, muchacho? –le había preguntado una de ellos. Era
preciosa. Sus cabellos eran dorados como los rayos del sol y sus ojos
verdes como la hierba del campo en primavera. Sus alas azabache eran
majestuosas y sus plumas parecían muy suaves.
–No
me está yendo muy bien –le contestó embobado–. Es difícil
quedarse quieto tanto rato.
–¿No
puedes volar para pillarlos por sorpresa? –continuó preguntándole.
Esta vez le pareció ver un brillo astuto en la mirada de la joven,
pero no le dio importancia.
–¡Qué
más quisiera! –gruñó el pequeño Kylian, frustrado.
La
muchacha alzó el vuelo, se transformó en un pequeño azor y
sobrevoló el río con atenta mirada. De repente, se lanzó en picado
sobre el agua y, cuando volvió a elevarse, llevaba una enorme trucha
en el pico. La lanzó al lado de la cesta del niño y aterrizó. Una
nube de plumas negras la envolvió en el tiempo de un parpadeo y
recuperó su forma humana.
–¡Gracias!
–exclamó Kylian saliendo del agua para recoger el apetitoso
pescado.
–No
hay de qué –le contestó ella con una sonrisa–. ¿Podrías
indicarnos dónde está el poblado al que llaman Loofered? Vamos a
visitar a unos amigos y nos hemos perdido.
–¡Claro!
Está muy cerca de aquí, detrás de esa arboleda.
Los
dravec se miraron con complicidad y alzaron el vuelo.
–¡Gracias,
pequeño waida! –se despidió la joven.
–Yo
no soy un wai... –Pero ya se habían ido. El corazón de Kylian
empezó a latir muy rápido. De repente, se sintió como si hubiera
hecho algo malo y se arrepintió de haberlos guiado hasta su poblado.
Habían sido amables, pero algo le había incomodado... Algo le decía
que esos dravec darían problemas.
Atravesó
la arboleda a toda prisa, lamentando no poder volar como cualquier
leija. Le faltaban unos meses para cumplir seis años y todavía no
era capaz de volar. Sus padres decían que no se preocupara, que
cualquier día lo conseguiría, pero él no estaba tan seguro. Él
quería seguir con la tradición familiar y ser un valeroso soldado,
pero ¿cómo podría entrar en el ejército del rey Roland para
defender el reino junto a los suyos si era incapaz de volar? Sería
una deshonra para su familia...
Recordaba
haber llegado sin aliento, esperando encontrar a los dravec armando
alboroto, pero no había ni rastro de ellos. El poblado estaba en
calma, entregado a sus quehaceres diarios. Por lo visto, no habían
llegado todavía. ¿Se habían perdido?
Respiró
aliviado. Era una tontería, seguro que su imaginación le había
jugado una mala pasada. Su madre le decía que era muy fantasioso y
que se le curaría con la edad, sin embargo, hacerse mayor era algo
lejano que llegaba con demasiada lentitud. A él le gustaría ser
como su hermano Josser. Era tan alto como su padre y, aunque todavía
no era capaz de desarmar a su progenitor, peleaba como un auténtico
soldado. Su padre estaba orgulloso; no lo decía, pero Kylian sabía
que esa forma de mirar a su hermano era pura satisfacción. A él lo
había mirado así una vez, cuando su habilidad especial se hizo
evidente. Su hermana Darya le había quitado su espada de madera.
Darya era una pesada, solo tenía dos años más que él, pero
siempre lo trataba como si fuese un bebé. Voló por toda la casa con
la espada en alto para que él no pudiera alcanzarla. No era justo,
él no podía despegar los pies del suelo mientras que Darya volaba
desde el día de su nacimiento... La niña reía y se burlaba de él
con su vocecilla impertinente, hasta que Kylian, harto de la
situación, explotó. No sabía cómo, pero su imagen se había
multiplicado seis veces. Había seis Kylians alrededor de su hermana
y todos la miraban furiosos. La niña, muy asustada, se había puesto
a llorar y Kylian aprovechó para quitarle su espada y darle con ella
en la cabeza. Su madre lo había castigado por ello, pero, al igual
que su padre, también estaba orgullosa de él; lo había abrazado
cuando Darya no miraba y lo había felicitado. Y esa habilidad lo
había salvado de la muerte.
Kylian
había vuelto a casa con aparente normalidad. Su madre se había dado
cuenta de que algo le preocupaba, pero lo dejó pasar cuando el
pequeño le mostró su pesca. Su padre ni siquiera se había dado
cuenta de su llegada; tallaba una muñequita de madera para Darya,
que esperaba sentada a sus pies, con impaciencia. Josser y Luk
practicaban la lucha cuerpo a cuerpo en el jardín trasero, mientras
Tanhoa los animaba esperando su turno. Kylian se relajó y no le
comentó a nadie su encuentro con los dravec. Su familia estaba bien
y estaba deseando unirse a sus hermanos mayores para que le enseñaran
a dar algunos golpes.
Sin
embargo, un grito desgarrador lo sobresaltó y le puso la piel de
gallina. Las voces de sus hermanos se habían silenciado y oyó caer
algo al suelo. No le dio tiempo de ir a mirar. La puerta se abrió de
par en par y entró Tanhoa con el rostro desencajado por el terror;
un dravec la perseguía, espada en mano. Su madre le lanzó el
cuchillo con el que estaba cortando el pescado y le dio en el hombro.
Todo pasó en décimas de segundo. Su padre se puso en pie de un
salto, pero no le dio tiempo de nada más. La joven que había
pescado la trucha para Kylian estaba en la puerta trasera, a sus
espaldas, y, con una precisión pasmosa, lo atravesó con su lanza.
Kylian
no podía creer lo que estaba viendo. Se había quedado petrificado.
Aquella joven de aspecto encantador observaba su casa con mortífera
mirada. Se sorprendió de encontrar allí al pequeño, pero no
quedaba ni un ápice de la amabilidad con la que lo había tratado en
el río. Desclavó la lanza empujando con desprecio el cuerpo de su
padre y se encaró a Darya, que gritaba y lloraba sosteniendo en alto
el cuchillo con el que su padre había estado trabajando la madera.
La dravec se abalanzó sobre la pequeña y Darya la esquivó alzando
el vuelo. Tanhoa corrió en su ayuda mientras le gritaba a Kylian que
huyera. La madre de Kylian había conseguido desarmar al dravec y
ahora le apuntaba con su espada. Kylian miró de nuevo a la joven
dravec que intentaba ensartar a su hermana Tanhoa con la lanza
mientras Darya, con su mente, hacía levitar todos los objetos de la
casa que encontraba y se los lanzaba a la asesina.
Kylian
seguía allí de pie, muerto de miedo, sin saber qué hacer. Con un
grito furioso, la dravec bateó una de las rocas de la chimenea que
Darya le había lanzado. La piedra salió disparada de vuelta,
directa a la cabeza de la pequeña, que cayó al suelo como una
muñeca de trapo. En ese momento, Kylian reaccionó y sus piernas
volvieron a obedecerle. Corrió a ver cómo estaba su hermana. Las
lágrimas le impedían verla con claridad, pero no se movía. La
sacudió, pero Darya no respondió. Escuchó a sus espaldas un
espeluznante crujido de huesos y, al girarse, vio a Tanhoa con la
lanza clavada en el pecho. La sangre manchó su camisa y brotó
también de su boca. Sus ojos se apagaron rápidamente. La dravec
forcejeó para sacar la lanza del cadáver de su hermana y lo miró
con una determinación mortal. Kylian supo que era el siguiente y
algo en su interior se despertó. Sus pies se elevaron del suelo y
voló hasta su madre, que en ese instante conseguía vencer
definitivamente a su enemigo.
Cuando
lo vio, sus ojos se agrandaron asustados.
–¡Huye,
Kylian! ¡Huye lejos de aquí! –le gritó su madre abalanzándose
contra la dravec que ya se disponía a atacar al pequeño.
Pero
Kylian no podía irse, no podía dejar allí a su madre. Intentó
distraer a la dravec, multiplicando su imagen a su alrededor. Su
artimaña funcionó por un momento. La dravec parecía desconcertada,
sin saber a quién atacar. Cada uno de los Kylian que la rodeaban
hacía algo distinto y eran tan reales que no sabía cuál de ellos
era el de carne y hueso. De repente, hizo algo que Kylian no
esperaba, lo ignoró y hundió su lanza en la pierna de su madre,
clavándola en el suelo. Su madre gritó de dolor y por un instante,
las imágenes de Kylian desaparecieron. La dravec sonrió triunfal.
Recogió del suelo la espada de su compañero y caminó con
seguridad hacia su víctima.
–¡Huye,
hijo mío! –volvió a gritarle su madre–. Y cuando seas mayor
para luchar, acaba con los dravec, venga a tu familia, hij... –No
pudo acabar la frase. Kylian vio con dolorosa lentitud cómo la
dravec descargaba la espada contra su madre en un golpe mortal.
Asustado, aprovechó el momento para introducirse en uno de los
armarios de la cocina. Proyectó sus imágenes volando aterradas al
exterior, con la esperanza de engañar a la dravec y hacerla creer
que había huido.
Y lo
había conseguido. La casa había quedado sumida en un sepulcral
silencio, pero no era la única. Desde el armario había oído el
cuerno que daba la alarma al poblado, y los gritos y la lucha, pero
hacía mucho que ya no oía nada. Allí, en la oscuridad de ese
armario, alimentó su odio contra esas criaturas mortíferas y
malvadas que habían destruido a su familia sin razón. Lloró mucho,
intentando ahogar los sollozos para no delatar su escondite. No sabía
cuánto tiempo había pasado, pero sabía que los dravec se habían
ido.
El
hedor a muerte le obligó a salir del armario. Vio los cuerpos
inertes de sus padres y hermanos; tenían un color extraño,
amarillento, como si sus pieles fueran de cera. Lloró junto a ellos
hasta quedarse dormido. Le hubiera gustado no despertar, reunirse con
ellos dondequiera que estuvieran ahora, pero su madre le había
encargado algo antes de morir. Debía hacerse mayor y convertirse en
un guerrero. Debía vengar a su familia, debía acabar con los
dravec... Y eso era justo lo que haría, lo que deseaba hacer con
toda su alma. Y allí, arrodillado ante el cuerpo de su madre,
prometió que viviría para acabar con los asesinos de los suyos. Esa
sería su misión y no descansaría hasta haberla logrado.
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