martes, 20 de enero de 2015

El país de la Belleza




En mi viaje por los mundos del espacio sideral,
llegué a un pequeño planeta de belleza sin igual.

De los árboles pendían hermosas piedras preciosas,
que brillaban como estrellas, ¡joyas esplendorosas!
Las flores, acristaladas, talladas cual diamante pulido,
engalanaban los campos, los valles y los caminos.

Las casas eran de plata y las puertas de marfil,
de sus chimeneas brotaban nubes de nata y regaliz.
Sus habitantes vestían siempre de pomposas galas,
con peinados ostentosos y pieles de porcelana.

Mas me percaté en seguida, que algo no funcionaba,
se sentían prisioneros de apariencias y miradas.
Sus valores consistían en limpieza y pulcritud,
elegancia desmedida y belleza sin virtud.

Era una sociedad hueca, triste y superficial,
que alimentaba envidias y no enseñaba a amar.
Cada uno preocupado en sí mismo y nada más,
contemplándose en espejos, reflejos de vanidad.

Allí comprendí a la fuerza, que los brillos y esplendor
no consiguen la belleza que brota del interior;
que esa hay que cultivarla con paciencia y tesón,
con cariño verdadero y calor del corazón.

De nuevo emprendí mi viaje, volando entre las estrellas,
buscando un nuevo mundo de unicornios y sirenas.

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