El sol tocaba con su brillo los pétalos de las flores, mientras las mariposas revoloteaban danzarinas alimentándose de su dulce néctar. La brisa acariciaba mi rostro y el césped me hacía cosquillas en los pies. Ante tal explosión de belleza, que colmaba mis sentidos, me sentía viva. Tal vez todo se intensificaba por la determinación con la que me había levantado. Él ya no decidiría por mí, ni por nadie. Esa tarde de primavera, por primera vez en mi atormentada existencia, era libre y no volvería a dejarme atrapar. Nadie volvería a cortarme las alas, nunca.
Me encanta tu relato tiene un saborcito a libertad
ResponderEliminarMuchas gracias, Guille, me alegra que hayas podido saborearlo ;)
EliminarMe ha gustado mucho, es como si lo estuviera viviendo en mi propia piel, como si la fragancia de la naturaleza me envolviera.
ResponderEliminarExcelente.
Un beso.
Es muy gratificante que haya conseguido acariciar tus sentidos. Gracias por tu comentario, Marian.
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