Se subió a su vehículo y miró con inquietud al coche oscuro de
cristales tintados que estaba mal aparcado en la esquina. Por alguna
razón le daba mala espina. Se puso en marcha y el coche oscuro la
siguió. Sería una coincidencia, pero la puso nerviosa. Aceleró y
el otro coche se le pegó al parachoques. Sintiendo pánico, giró
bruscamente a la derecha y a la izquierda hasta que comprobó que lo
había perdido. Aliviada, se detuvo en el semáforo. Cuando la luz
verde le cedió el paso, se asomó al cruce. No tuvo ni tiempo de ver
la secuencia de imágenes que componían su vida. La única que
permaneció en su retina fue la de un coche oscuro con los cristales
tintados que golpeaba su vehículo, mientras la sonrisa diabólica de
su conductor brillaba en su noche eterna.
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