miércoles, 22 de octubre de 2014

Un día como hoy...


Durante nueve meses estuviste cargándote de ilusiones. Cada vez que se movía la vida que crecía en tu vientre, se despertaban tus anhelos y se desperezaban tus sonrisas.

Cuando los dolores empezaron te llenaste de emociones contradictorias: alegría porque el día de tus deseos había llegado; nervios por enfrentarte a lo desconocido; impaciencia por ver el fruto que tantos meses habías esperado...

Nadie te preparó para ese momento y, mucho menos, para las largas horas que transcurrieron. Las ayudas que hoy disfrutamos a ti no te llegaron. Te faltaron los consejos y el cariño de tu madre, y aún así, te enfrentaste con valentía a la muerte para estrechar en tus brazos a una nueva vida.

Una vida que desde el primer momento te llenaría de preocupación, trabajo extra, noches sin dormir, llanto, frustración, dolores de cabeza, enfados... pero también de cariño, de sonrisas, de amor sin condición, de orgullo y alegría.

Allí, tumbada en la cama del hospital, exhausta por el gran esfuerzo que habías realizado nada de lo que deparara el futuro te inquietaba, solo poder abrazar el premio de tu dolor y tu ilusión. ¡Lo habías conseguido! ¡Eras madre!

Una MADRE así, en mayúsculas, abnegada, comprensiva, atenta a las necesidades de los tuyos, servicial, fuerte y amorosa. La mejor madre que Dios me pudo regalar.

Así que hoy, cuando la gente me felicita puedo dar las gracias por ser tan afortunada, porque una mujer como tú me dio la vida y me regaló la suya para que yo creciera feliz.
¡Te quiero, mamá!

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